Hay que buscar una forma que logre tomar en cuenta lo que los ciudadanos sienten y quieren, sin restricciones dogmáticas. Lo que hoy parece un cuadro de crisis, es en realidad una oportunidad para construir una coalición nueva, amplia, ciudadana que tome en cuenta las mayorías que salen a la calle y las mayorías que se quedan en su casa o trabajando hasta tarde.

Las últimas declaraciones del ex ministro del Interior, Jorge Burgos, en torno al posible fin de la Nueva Mayoría, siguen el eco de las palabras de Ricardo Lagos, una semana antes, donde siembra la duda sobre la capacidad del gobierno de esa coalición de mantenerse en pie en el año y medio que resta de mandato.

No es baladí un cuestionamiento de este calibre. Y limitarlo a las ambiciones electorales de uno u otro no es sabio. Incluso en ese caso, están tomando el asta de una bandera que ya existe, de un descontento que dejó de estar en ciernes y que comienza a tomar vuelo.

Uno de los primeros exponentes de este desembarco fue José Joaquín Brunner con su libro “Nueva Mayoría: Fin de una ilusión”, donde expone que la tozudez ideológica (con un marcado dominio del Partido Comunista) de un grupo generacionalmente más joven, buscó la superación de la “antigua” Concertación y la constitución de una alianza más amplia y más de izquierda, con intenciones de reforma profunda, amparados y sostenidos por el amplio apoyo ciudadano que tenía la personalidad de la Presidenta Michelle Bachelet.

Las críticas se siguieron en la Democracia Cristiana, especialmente durante la discusión de la reforma educacional en su primera etapa (la Ley de Inclusión sobre todo) y luego con la Reforma Laboral.

Y es que una coalición de fuerzas tan ideológicamente disímiles, que va desde la Democracia Cristiana (que sigue las directrices del humanismo cristiano, no del socialismo comunitario, del Vaticano, no de la Teología de la Liberación), hasta el Partido Comunista (que alaba sistemas políticos como el de Cuba y Corea del Norte), no parecía muy sólido. El engrudo que los unía era el apoyo ciudadano a Bachelet, que se ha desplomado en los últimos dos años. Sin él, entonces, ¿qué queda?

Tras las críticas (o advertencias) de Burgos y Lagos, cabe preguntarse por el tipo de coalición que necesita Chile. Y sí, debe ser una coalición. No se puede esperar un panorama como el de España (donde se han hecho dos elecciones y todavía no se puede formar gobierno) en nuestro país. Y sí, también debe ser una coalición que sea capaz de aglutinar los sentimientos sociales reales, amplios y mayoritarios. No necesariamente lo que formen parte de los proyectos históricos de los partidos (en caso que quede alguno), sino más: los que formen parte del Chile de hoy, con hombres y mujeres que quieren un gobierno limpio, que los ayude a levantarse cuando caigan; que quieren una educación de calidad que ayude a sus hijos a surgir; que quieren un país donde tengan la posibilidad de prosperar si se esfuerzan.

Esa coalición, ¿pueden limitarla los partidos? ¿puede estar confinada a ellos? Pareciera que no. Hay que buscar una forma que logre tomar en cuenta lo que los ciudadanos sienten y quieren, sin restricciones dogmáticas. Lo que hoy parece un cuadro de crisis, es en realidad una oportunidad para construir una coalición nueva, amplia, ciudadana que tome en cuenta las mayorías que salen a la calle y las mayorías que se quedan en su casa o trabajando hasta tarde.

Esa es la coalición que necesita Chile. Y los partidos deben preguntarse si pueden ser capaces de construirla.